Esta mañana, nada más desayunar, he cogido la desbrozadora y me he puesto a limpiar de hierba un terrenito de mi propiedad, sin pensar en absoluto que el ruido o la peste a gasolina pudieran molestar a los vecinos.
Al fin y al cabo, el peso de la ley me ampara y me evita tener que complicarme la vida con molestas consideraciones éticas.
Luego, cuando acabe, me tomaré una más que merecida cervecita científicamente deslupulada, satisfecho de no haberme dejado vencer por la molicie.
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