En una plaza céntrica de un pueblo recóndito, se leyó un comunicado contra los transgénicos. Datos, fechas, nombres y perjuicios fueron detallados pacientemente ante el auditorio, que no paraba de exclamar su perplejidad en forma de ¡oh!, ¡ah!, ¡cáspita!, ¡su puta madre!, y cosas por el estilo. La mayoría tuvo la deferencia de apagar sus teléfonos móviles, y la lectura del comunicado pudo hacerse sin ninguna interrupción. Al acabar la lectura, alguien se presentó voluntario para hacer un blog sobre el tema, y a continuación, se formaron los típicos corrillos de lo más animados.
El acto parecía haber terminado, pero sin saber cómo ni por qué, apareció un extraterrestre con la intención de tomar la palabra. Todo el mundo estaba tan sorprendido que nadie pudo decir nada. Así pues, el extraterrestre empezó a hablar:
- Queridos amigos, después de leer el comunicado, deberíamos tomar alguna decisión. Muchos de los aquí reunidos tenéis fincas y gallinas, a las que, según están las cosas, inevitablemente alimentáis con granos de lo más transgénicos. Bien, deberíamos comprometernos a que, al menos uno de nosotros, cultivara grano, y el resto que tenga gallinas debería comprometerse a comprarle el grano. De esta manera, romperíamos el círculo vicioso de los transgénicos en el que estamos envueltos, que aunque no fuera de manera general, al menos sí lo sería en lo que respecta a nuestra situación particular.
Cuando terminó de hablar, igual que había aparecido desapareció. Volvieron los corrillos, los teléfonos móviles y las pisadas en dirección al bar. Un niño hacía aviones de papel con los folletos en los que se anunciaba el acto. Un bebé ecologista sollozaba al oído de su madre, como diciendo: "Mamá, ese extraterrestre tenía una voz entre Constantino Romero y el Charlot de la mejor época del cine mudo".
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