El Papa de Roma era el máximo representante de Dios en la Tierra.
Para llegar a Dios, había que pasar por él.
Hasta que un monje dijo no,
decidido a tratar directamente con Dios.
Los príncipes electores eran los propietarios de la tierra
hasta que otro monje dijo no,
decidido a poner en práctica
el derecho a poseer la tierra que se trabaja.
El primer monje, apoyado por los príncipes electores, venció.
El segundo, perseguido por los mismos príncipes, lo perdió todo.
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