Al presidente del gobierno español no le preocupaba la alta tasa de paro nacional del modo que le preocupaba a cualquiera que estuviera en el paro. Al fin y al cabo, él ya tenía trabajo; en cuanto a los parados, la mitad volverían a votarlo y de la otra mitad, muchos ni siquiera votarían.
Lo que le preocupaba era cómo sacar la mejor tajada de la situación de cara a la próxima reunión de mandatarios de la Unión Europea. Pensaba que, puesto que España aportaba el mayor número de parados, debía ser el país que más ayudas recibiera.
Pero tenía que ir con pies de plomo; otros países también llevaban lo suyo. A pesar de todo, el plan no podía ser más sencillo: actuar de una manera de cara a la galería, y de otra cuando llegara el momento de la verdad.
Bruselas vestía sus mejores galas para recibir a los presidentes y primeros ministros de la Unión Europea. La ciudad entera vive de los pingües beneficios que proporciona ser el centro burocrático de Europa. Hoteles, restaurantes, tiendas, todo estaba a tope. La chispa de la vida resplandecía en cada rincón de la ciudad. Quien no se frotaba las manos era porque se frotaba pies y manos.
La delegación española ocupaba la séptima planta del hotel Intercontinental, en pleno centro de la ciudad. Nada más instalarse, el presidente del gobierno español puso en marcha la primera fase del plan: concertar una reunión con los mandatarios de Italia, Grecia, Portugal e Irlanda, los países con más paro.
-Queridos colegas -dijo el presidente español-, necesitamos hacer un frente común para pararle los pies a Alemania. No podemos caer en la trampa de las políticas de austeridad. Sería un suicidio.
-Estoy de acuerdo -exclamó el primer ministro italiano-. Juntos aportamos más a los fondos europeos que la propia Alemania.
-Exacto, esa es nuestra fuerza -añadió el primer ministro portugués.
-Pienso lo mismo -apostilló el mandatario irlandés.
El acuerdo era unánime. Todos estaban satisfechos, incluso sonrientes. El presidente español aprovechó para bromear, antes de despedirse, con el primer ministro italiano.
-El miércoles el Madrid va a ganar al Milán.
-Piano, piano -contestó el italiano.
La primera parte del plan había sido un éxito, y el presidente español regresó al hotel a descansar y esperar acontecimientos.
Una hora más tarde sonaba un teléfono en la habitación.
-¿Qué tal presidente?
-Ah, es usted, canciller, la iba a llamar en cuanto tuviera un momento.
-Qué amable. Bueno, ¿qué tal la reunión?
-¿Cómo dice?
-Vamos, presidente, no se haga el sorprendido. Lo sé todo.
-La verdad es que muy bien. Hemos llegado a un acuerdo.
-Ah sí, no me diga.
-Bueno, ya me entiende. Los números están ahí. España, Grecia, Irlanda, Portugal e Italia aportan juntas más a los fondos europeos que Alemania.
-Y también más paro, y más déficit público y más corrupción.
-Quería decir -balbuceó el presidente español- que nuestra opinión debería ser tenida en cuenta a la hora de tomar decisiones para afrontar la crisis.
-Mira, presidente, déjate de bobadas. ¿Quieres que te recuerde lo que los bancos españoles deben a los bancos alemanes? ¿Sabes cuánto tardaría en caer España si Alemania se empeñara?
-No hace falta, lo sé de sobra. Pero también sé que si España cae arrastrará a Alemania en su caída.
-Puede ser, pero yo seguiría siendo la canciller. Los alemanes saben que yo no soy la causa. Sin embargo, si cae España, ten por seguro que tú caerás con ella. Es posible que incluso acabes en la cárcel. Ten mucho cuidado.
-Bueno, era solo una idea.
-Pues olvídala. España tuvo su oportunidad. Ningún país de la Unión Europea recibió tanto dinero de los fondos de desarrollo europeo, y ¿qué habéis hecho con ellos? Malgastarlos en obras faraónicas improductivas. Pan para hoy y hambre para mañana que deja jugosas comisiones. España solo tiene un camino: aplicar duras políticas de recortes y concentrarse en exportar barato.
-Ya veo. Pero así, como mucho puedo sanear el déficit público, no el paro.
-Olvídate del paro. En estos momentos la prioridad es salvar el Estado. De todas formas, no te preocupes porque nosotros acogeremos con gusto a todo talento joven que nos mandes.
-Ya entiendo, pero aun así sigo necesitando ayudas de Europa.
-Algo te puedo conseguir, pero tiene que ser a costa de quitárselo a Irlanda, Grecia, Portugal o Italia.
-Me parece justo.
-Está bien. Mañana en la reunión ten la boca cerrada y cuando llegue la hora de votar, vota lo que yo proponga.
-Por supuesto, canciller.
-Adiós, presidente, que tenga un buen día.
El presidente del gobierno español colgó el teléfono tremendamente satisfecho. Había conseguido lo que se proponía. Llamó a su secretario de comunicación para preparar el comunicado oficial que debía entregar a la prensa nada más acabar la reunión de mandatarios europeos. Algo que comenzaba más o menos así: España sale reforzada de esta reunión, no en vano hemos conseguido importantísimas ayudas que bla, bla, bla...
Bruselas seguía a lo suyo: "Caballero, ¿va a pagar en efectivo o con tarjeta de crédito?"
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