Resulta que, por lo visto, tengo las mejores lechugas al oeste del río Pecos. Y no es que lo diga yo, henchido de orgullo por ser el padre de las criaturas, sino que lo dice la doctora Pepi, propietaria del famoso laboratorio de análisis que lleva su nombre. La susodicha, después de analizar las mis lechugas por los cuatro puntos cardinales ordenados de mayor a menor, exclamó al darme los resultados:
–Sus lechugas son excelentísimas. ¡Joder!, son las mejores lechugas que he analizado en mi lechuguina vida. ¡Enhorabuena!
Con la confianza de unos análisis tan favorables, cogí las lechugas, una mesa y una silla y me fui al Mercado de la Tierra que se celebra los sábados por la mañana con la idea de venderlas. Una vez montado el semichiringuito, y a modo de reclamo publicitario, puse el cartel de moda: LECHUGAS PERO QUE MUY BUENAS.
La cosa se me dio muy bien, y vendí las 23 lechugas que llevaba, menos 3 que me comí allí mismo.
A la semana siguiente todo fueron elogios:
–Tronco, ¡qué lechugas más buenas! –decían los clientes.
–Gracias, aquí tienes mi dirección por si quieres comprarlas a diario –respondía yo.
Y ahí empezaron los problemas.
–Es que, claro, tengo poco tiempo y acercarme hasta tu casa solo para comprar lechugas, como que no. Si tuvieses fruta, arroz integral, pan de madre, leche fresca y cosas así sería estupendo.
–Tipo supermercado –comenté yo.
–Exacto.
–Pero ecológico.
–Pues sí.
–Pues no. Yo tengo lechugas de calidad a un precio muy bueno. Además, para ser honesto, solo puedo cultivar con amor lechugas y alguna cosilla más. De todas formas, puedes encargarle la compra a Paco, el intermediario ecologista, que mueve productos de calidad y reparte a domicilio.
–Ya, y gana más que los propios agricultores a los que compra la mercancía.
En fin, que llegamos a un callejón sin salida y ahí se quedó el asunto.
Menos mal que, por lo bajini, también vendo una cosita de la huerta a una clientela que no se corta lo más mínimo en pasarse por mi casa a recogerla. Porque como tuviera que esperar a los consumidores ecologistas, concienciados, solidarios, espantílagos, pensulforinos y cosas por el estilo, nunca podría permitirme esas más que merecidas vacaciones de luxe en Satúrpiter.
jueves, 26 de febrero de 2015
lunes, 23 de febrero de 2015
Presentación de "Cancionero tradicional de Satúrpiter"
Empecé a escribir este libro a finales de octubre de 2013, sobre todo por las mañanas. A principios de diciembre, el libro estaba ya bastante avanzado y yo, totalmente acabado. Me encontraba vacío, no podía escribir más. Necesitaba descansar de todo en general, así que me cogí unas vacaciones.
Una semana en un balnerario, dos en Shangri-La y 15 días trabajando de secretario con la juez Alaya después, volví a sentirme fresco, y en cuanto llegué a casa me puso a escribir otro taco de folios. Tras ese nuevo arreón, contaba ya con material suficiente. Solo tenía que expurgar el trigo de la paja y quedarme con la paja para hacerme un sombrero de paja, y con el trigo, para hacerme un pan de trigo trigo.
A finales de octubre de 2014, el libro estaba pasado al ordenador, a falta de solucionar unos cuantos flecos de algunas historias, sin maquetar y sin título.
Durante noviembre y diciembre fui puliendo todos los detalles, y para enero de 2015 el libro estaba preparado para llevarlo a la imprenta, pero seguía faltando el título.
No lo veía por ningún lado. Lo intenté todo. Visité todas las chatarrerías de la zona y nada. Incluso encargué varios títulos por internet, pero no me los mandaron porque andaba huérfano de número de cuenta. Hasta que un día por la calle, de la manera más espontánea, apareció delante de mí un personaje que casi no se tenía en pie y al que yo no conocía de nada, y que me dijo:
-¿Dónde te metes, cabronazo? Que no se te ve el pelo. Ni que te hubieras ido a Satúrpiter.
Seguramente me estaba confundiendo con un ser querido, pero daba igual. Lo importante era que ya tenía título. Lo había encontrado.
Finalmente, el 1 de febrero de 2015, el libro se convirtió en un objeto que se podía pesar, medir, leer y comprar aquí mismo.
Un saludo, 23-2-2015.
Si quieres leer los primeros microrrelatos y poemas del Cancionero tradicional de Satúrpiter, pincha aquí.
Y si te apetece comprar el texto completo pincha aquí para la versión en papel y aquí para la versión kindle.
Una semana en un balnerario, dos en Shangri-La y 15 días trabajando de secretario con la juez Alaya después, volví a sentirme fresco, y en cuanto llegué a casa me puso a escribir otro taco de folios. Tras ese nuevo arreón, contaba ya con material suficiente. Solo tenía que expurgar el trigo de la paja y quedarme con la paja para hacerme un sombrero de paja, y con el trigo, para hacerme un pan de trigo trigo.
A finales de octubre de 2014, el libro estaba pasado al ordenador, a falta de solucionar unos cuantos flecos de algunas historias, sin maquetar y sin título.
Durante noviembre y diciembre fui puliendo todos los detalles, y para enero de 2015 el libro estaba preparado para llevarlo a la imprenta, pero seguía faltando el título.
No lo veía por ningún lado. Lo intenté todo. Visité todas las chatarrerías de la zona y nada. Incluso encargué varios títulos por internet, pero no me los mandaron porque andaba huérfano de número de cuenta. Hasta que un día por la calle, de la manera más espontánea, apareció delante de mí un personaje que casi no se tenía en pie y al que yo no conocía de nada, y que me dijo:
-¿Dónde te metes, cabronazo? Que no se te ve el pelo. Ni que te hubieras ido a Satúrpiter.
Seguramente me estaba confundiendo con un ser querido, pero daba igual. Lo importante era que ya tenía título. Lo había encontrado.
Finalmente, el 1 de febrero de 2015, el libro se convirtió en un objeto que se podía pesar, medir, leer y comprar aquí mismo.
Un saludo, 23-2-2015.
Si quieres leer los primeros microrrelatos y poemas del Cancionero tradicional de Satúrpiter, pincha aquí.
Y si te apetece comprar el texto completo pincha aquí para la versión en papel y aquí para la versión kindle.
miércoles, 18 de febrero de 2015
¿Estamos preparados para cambiar algo?
Yo estuve en un grupo de consumo y fue maravilloso durante un día. Íbamos a cambiar el mundo sin necesidad de cambiar un solo hábito de nuestras vidas.
Después del discurso inaugural, pasamos a discutir la lista de alimentos que debían ser la base del pedido.
Entonces, empezó el lío.
–Yo quiero quinoa ecológica, aunque sea de a tomar por culo –dijo uno.
De nada sirvió decirle que la avena le sentaría mejor, y que además ayudaríamos a unos conocidos que estaban empezando a cultivarla.
–Yo quiero gofres ecológicos para el desayuno de mis hijos –exclamó otro.
De nada sirvió decirle que cuando los gofres llegaran, estarían más secos que los que venden en la tienda de la esquina.
–Yo quiero Yogui Tea –añadió el de más allá.
De nada sirvió decirle que eso era mejor comprarlo a título personal en el herbolario.
–Yo creo que deberíamos pedir solo lo básico: harina, arroz integral, azúcar sin refinar... –comentó otra.
De nada sirvió, porque saltó una y remató la faena con el argumento de que el grupo era un espacio de libertad.
Ni que decir tiene que el grupo duró lo que duró el entusiasmo de los tres más entusiastas, y que cuando la movida se acabó, todo el mundo volvió a hablar de quedar algún día para hacer algo juntos.
Después del discurso inaugural, pasamos a discutir la lista de alimentos que debían ser la base del pedido.
Entonces, empezó el lío.
–Yo quiero quinoa ecológica, aunque sea de a tomar por culo –dijo uno.
De nada sirvió decirle que la avena le sentaría mejor, y que además ayudaríamos a unos conocidos que estaban empezando a cultivarla.
–Yo quiero gofres ecológicos para el desayuno de mis hijos –exclamó otro.
De nada sirvió decirle que cuando los gofres llegaran, estarían más secos que los que venden en la tienda de la esquina.
–Yo quiero Yogui Tea –añadió el de más allá.
De nada sirvió decirle que eso era mejor comprarlo a título personal en el herbolario.
–Yo creo que deberíamos pedir solo lo básico: harina, arroz integral, azúcar sin refinar... –comentó otra.
De nada sirvió, porque saltó una y remató la faena con el argumento de que el grupo era un espacio de libertad.
Ni que decir tiene que el grupo duró lo que duró el entusiasmo de los tres más entusiastas, y que cuando la movida se acabó, todo el mundo volvió a hablar de quedar algún día para hacer algo juntos.
martes, 10 de febrero de 2015
Jinetes de la tormenta
Los días 4, 5 y 6 de febrero la naturaleza celebró unas jornadas de puertas abiertas para que pudiésemos deleitarnos con todo lo que guarda en el armario de invierno: nieve, frío, hipogritos huracaventosos, isobaras bravas y cosas por el estilo.
Fueron días verdaderamente duros. Las puertas crujían, las ventanas chirrichiaban, las persianas se deshilachaban y las tejas más aventureras se atrevían a experimentar la fuerza de la gravedad.
Las calles estaban casi desiertas, y el que se atrevía a salir iba despeinado, de mal humor y desprendía el típico aliento aguardentoso del que quiere calentarse por la vía rápida.
A las 6 horas del día 7 volvió la calma, y recuperamos la maravillosa sensación de que nuestros únicos problemas son la precariedad, la corrupción y la contaminación. Por la tarde cogimos la cámara y nos fuimos a dar un paseo por los montes de alrededor para hacer un reportaje. Desgraciadamente, cuando nos encontramos con un diplodocus de tres cabezas, que se creía extinguido, nos quedamos sin batería. Pero bueno, la vida es así. De todas formas, pudimos grabar hechos curiosos y seres peculiares dotados de vesículas biliares que hablaban y todo.
Aquí os dejamos el vídeo de aquella tarde (http://youtu.be/TzkHcT7-FhM).
Un saludo.
Fueron días verdaderamente duros. Las puertas crujían, las ventanas chirrichiaban, las persianas se deshilachaban y las tejas más aventureras se atrevían a experimentar la fuerza de la gravedad.
Las calles estaban casi desiertas, y el que se atrevía a salir iba despeinado, de mal humor y desprendía el típico aliento aguardentoso del que quiere calentarse por la vía rápida.
A las 6 horas del día 7 volvió la calma, y recuperamos la maravillosa sensación de que nuestros únicos problemas son la precariedad, la corrupción y la contaminación. Por la tarde cogimos la cámara y nos fuimos a dar un paseo por los montes de alrededor para hacer un reportaje. Desgraciadamente, cuando nos encontramos con un diplodocus de tres cabezas, que se creía extinguido, nos quedamos sin batería. Pero bueno, la vida es así. De todas formas, pudimos grabar hechos curiosos y seres peculiares dotados de vesículas biliares que hablaban y todo.
Aquí os dejamos el vídeo de aquella tarde (http://youtu.be/TzkHcT7-FhM).
Un saludo.
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