jueves, 14 de mayo de 2015

Ética versus política

Imaginemos por un nanomomento que las calles de nuestras ciudades y poblaciones y las entradas a las áreas de descanso y zonas recreativas estuvieran cochambrosas de suciedades del estilo: restos de tabaco emboquillado, restos de papeles para limpiarse las legañas, trocitos de cupones de la ONCE y, por qué no decirlo, pedazos de todos los colores y tamaños de ese material tan de moda para cubrir enormes extensiones de océano llamado puto plástico.

Imaginemos por un nanoinstante que es así.

Imaginemos a continuación que quisiéramos acabar con la suciedad que nos rodea por la vía rápida. ¿Qué podríamos hacer?

Hay dos maneras de solucionarlo: la manera ética y la manera política.

Según la ética, no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia. Es decir, machote, mira a ver qué estás haciendo porque lo estás poniendo todo perdido.

Según la política, no pasa nada, sigamos así. Se pondrán más papeleras, que algún político habrá encargado a una empresa adicta al partido del poder, para que todo vuelva a quedar tan sucio y poluto como antes.

La manera ética nos pone entre la espada y la pared para que podamos entender el problema tal y como es, sin chocolatinas de por medio: cabronazo, esto es lo que hay, ¿qué piensas hacer o dejar de hacer?

La manera política siempre nos ofrece una salida luminosa, fácil y con tanta azúcar que podría acabar con la dentadura de un tiraburonsauiro. No te preocupes por nada golden boy, todo está bien golden girl, y tira palante por el camino que ya te he marcado.

Tal y como están las cosas, imaginemos para terminar que la política es una elección cada cuatro años, y que la ética es la elección de cada día. 

A partir de aquí, imaginemos lo que imaginemos que sea rápido, porque no quedan colores en el arcoíris para el próximo contenedor de basura semigaláctica sin dejar de ser ecolacrimógena.


Nuestro manual de ética de referencia




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