Durante un tiempo, se hicieron movilizaciones por toda la comarca y se convocó, con éxito de crítica y de público, una manifestación en la capital autonómica. Después, poco a poco, ante la indiferencia del gobierno y el cansancio de los que formaban la plataforma, el tema cayó inevitablemente en el olvido.
Los políticos autonómicos dieron 2 razones para no construir el hospital:
-Que no había dinero, lo que sabemos que es mentira, puesto que el dinero se gastó a manos llenas en la construcción de infraestructuras (muchas de las cuales siguen hoy fuera de cobertura) para quedarse con una buena tajada del presupuesto y crear empleo fácil, el cual asegura una buena clientela de votantes aunque desemboque en un futuro de precariedad.
-Que habían firmado un convenio de colaboración con la comunidad vecina para que los paisanos del valle fuesen atendidos en su red sanitaria, lo que no es ninguna solución porque la red sanitaria de la comunidad vecina está colapsada y tiene una lista de espera demencial.
Por su parte, la plataforma como vehículo de movilización social es una opción tan usada que los políticos saben perfectamente cómo manejarla.
La plataforma actúa como portavoz de una determinada problemática, que pone en conocimiento del público en general con la esperanza de que el gobierno la resuelva, y su jugada más fuerte es la denuncia de los hechos ante los tribunales. Pero aunque estos le den la razón, la ejecución de la sentencia implica la colaboración de las instituciones denunciadas, que se demoran tanto en cumplirla que acaban desesperando al personal de la plataforma, o incluso da tiempo a que se aprueben nuevas leyes y vuelta a empezar con el asunto.
Para que la plataforma fuese una opción eficaz, debería ir más allá de los problemas específicos y constituirse como entidad soberana para dotar de normas de convivencia a la comunidad en la que se ha creado. Normas con las que todos deberían estar de acuerdo y que todos deberían comprometerse a cumplir.
Debemos inventar otras formas de organizar la vida sin esperar que las instituciones oficiales vengan a rescatarnos del cuello, de lo contrario todo estará perdido.
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Afortunadamente, en el valle del Siesta no todo está perdido, porque hay oro. En las casas de los paisanos hay pulseras de oro, imágenes de la Virgen bañadas en oro, anillos de boda de puro oro. Y además de la mina de oro, por el valle circulan una docena larga de coches de lujo y 23 bicicletas de montaña de última generación. Y los paisanos, hartos de los mangoneos de los políticos, han decidido ponerlo todo en común para venderlo y recaudar fondos con los que poner en marcha un maravilloso dispensario de atención primaria y quiromasaje, en el que nunca les recetarán antidepresivos. Un dispensario donde recibirán la atención necesaria, no para curarles, sino para fortalecerles lo suficiente y que ellos mismos puedan coger las riendas de su vida.
Afortunadamente, el valle del Siesta ha despertado a tiempo y ahora es un valle vivo, rebosante de salud y abejas. Un valle donde todos sus habitantes saben al menos el nombre de 13 huesos, 10 músculos, 4 glándulas y 3 tipos distintos de nubes.
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