miércoles, 28 de septiembre de 2016
¡Ave, árboles!
Los árboles no tienen sueños de grandeza, son la grandeza.
Con cada uno de sus gestos consiguen que el oxígeno
deje de ser un elemento de la tabla periódica
y se convierta en un elemento de la realidad.
En el bosque de Sherwood siempre gozaremos
de más libertad que en el ambiente enrarecido
del parlamento de cualquier monarquía constitucional.
¡Ave, árboles,
los que van a respirar, te saludan!
lunes, 19 de septiembre de 2016
El derecho al ego
Un día estaba en mi trabajo de bibliotecario cuando entró un hombre muy bien equipado para la práctica del aperitivo en el próximo bar con claras intenciones de hacer una consulta en Internet.
Le dije atentamente que tomara asiento y que siguiera mis instrucciones y él, más atentamente todavía, me contestó que hiciera yo mismo los honores, porque desde que se había prejubilado cum laude no había vuelto a tocar un ordenador, por no acordarse de su antiguo trabajo.
Así pues, seguí sus indicaciones al pie de la letra y cuando me quise dar cuenta estábamos navegando por la página web de una conocida marca de coches. Entonces me indicó una ventana donde ponía Clase E, y apareció la foto de un deportivo junto a las características técnicas y el precio a partir del cual el deseo se convertía en realidad: 47.000 del ala.
Durante una milésima de segundo que me parecieron dos, noté como si el eje de la tierra se hubiese ido un momento a sacar unas fotocopias y me vino a la cabeza la idea de que mientras el país estaba perdiendo en planta y alzado lo que ganaba en perfil, el menda ese se entretenía en ver dispensadores de CO2 metalizados, tan solo porque el derecho al ego está garantizado por la Constitución.
Pero la función todavía no había terminado, y mientras se dirigía a la casilla de salida empezó a relatarme de viva voz que él tenía un modelo Clase C, con el que apenas recorría 1.833 km al año.
En cuanto el buen hombre se fue, yo seguí con mis quehaceres laborales, que a esas horas consistían, básicamente, en acercarme al ayuntamiento a por un paquete de papel higiénico antes de que se acabara el último rollo.
Le dije atentamente que tomara asiento y que siguiera mis instrucciones y él, más atentamente todavía, me contestó que hiciera yo mismo los honores, porque desde que se había prejubilado cum laude no había vuelto a tocar un ordenador, por no acordarse de su antiguo trabajo.
Así pues, seguí sus indicaciones al pie de la letra y cuando me quise dar cuenta estábamos navegando por la página web de una conocida marca de coches. Entonces me indicó una ventana donde ponía Clase E, y apareció la foto de un deportivo junto a las características técnicas y el precio a partir del cual el deseo se convertía en realidad: 47.000 del ala.
Durante una milésima de segundo que me parecieron dos, noté como si el eje de la tierra se hubiese ido un momento a sacar unas fotocopias y me vino a la cabeza la idea de que mientras el país estaba perdiendo en planta y alzado lo que ganaba en perfil, el menda ese se entretenía en ver dispensadores de CO2 metalizados, tan solo porque el derecho al ego está garantizado por la Constitución.
Pero la función todavía no había terminado, y mientras se dirigía a la casilla de salida empezó a relatarme de viva voz que él tenía un modelo Clase C, con el que apenas recorría 1.833 km al año.
En cuanto el buen hombre se fue, yo seguí con mis quehaceres laborales, que a esas horas consistían, básicamente, en acercarme al ayuntamiento a por un paquete de papel higiénico antes de que se acabara el último rollo.
lunes, 12 de septiembre de 2016
Portugal, terra da fraternidade
1.
Hablando con un apicultor del Parque Natural de Montesinhos me dice: "Aquí prácticamente no hay varroa". Entonces entro en un estado de shock guay y me doy cuenta de que a mi alrededor no hay ningún ruido industrial ni ninguna antena de telefonía móvil. Solo un silencio tan fuerte que se oyen crecer los castaños a kilómetros a la redonda.
"De todas formas -sigue hablando el apicultor-, si alguna colmena se ve afectada, desgraciadamente lo mejor que se puede hacer es sacrificarla. Matar para sobrevivir es aceptable, pero lo que no se puede hacer es matar por avaricia".
A cinco kilómetros al oeste se oye el estruendo del primer erizo de castaño que se abre.
2.
-¿Por qué os gusta tanto Portugal a los españoles? -me pregunta el apuesto joven portugués que está a cargo del cámping en el que trato de colarme.
-Pues porque en Portugal el dinero parece un material elástico que produce una sensación totalmente nueva y placentera.
-Ah, entiendo -responde algo decepcionado.
-Y además, porque los portugueses sois buena gente.
Entonces, por la cara del joven apuesto se desparrama una agradable y sincera sonrisa de satisfacción, que yo aprovecho para colarme del todo e instalarme como en mi casa.
3.
"Si dejamos a un lado la política, lo único que no me gusta de Portugal -me comenta un amabable cajero de supermercado de Vinhais- es que aquí nunca pierdes el control. Ahora, yo no sé qué pasa en cuanto cruzo la frontera española que me desmadro enseguida sin poder evitarlo. Hay como una energía loca que me obliga a sacar todo lo que llevo dentro y que me deja nuevo cuando regreso a Portugal".
"Claro, claro" -contesto yo con mi mejor sonrisa embaucadora, tratando de que no vea la lata de sardinas que debe de estar en alguna parte entre el paquete y los calcetines.
4.
Estoy frente a frente con una persona mayor en una aldea que está justo en medio de ninguna parte y que podríamos llamar Fresulfe, cuya flora típica parece ser el zarzal de puta madre. Un lugar donde ni siquiera la cámara de fotos tiene cobertura. Entonces, un chavalote pleno siglo XXI como yo le digo de la manera más amable que puedo:
-¿Tío, cómo puedes vivir así, tan a la antigua? Si aquí no hay nada.
-Hombre, quizás tú no lo aprecias pero hay un montón de cosas, por ejemplo una acústica espantosa.
Para demostrarlo la persona mayor silba los primeros acordes de la famosa canción Grandola, vila morena. Yo me quedo pensando algo así como: bueno y qué, sin darme cuenta de que en realidad estaba silbando a su colega equino, que se me acerca por detrás, me coge de las crines y me suelta en el pilón de agua.
-Será bobo el mozo este, con 77 años que tengo, va y me dice que cómo puedo vivir así. A ver cuántos cumples tú, pimpollo siglo XXI.
Y se va, y yo me quedo solo en el pilón, acosado por las avispas que por allí merodean.
Hablando con un apicultor del Parque Natural de Montesinhos me dice: "Aquí prácticamente no hay varroa". Entonces entro en un estado de shock guay y me doy cuenta de que a mi alrededor no hay ningún ruido industrial ni ninguna antena de telefonía móvil. Solo un silencio tan fuerte que se oyen crecer los castaños a kilómetros a la redonda.
"De todas formas -sigue hablando el apicultor-, si alguna colmena se ve afectada, desgraciadamente lo mejor que se puede hacer es sacrificarla. Matar para sobrevivir es aceptable, pero lo que no se puede hacer es matar por avaricia".
A cinco kilómetros al oeste se oye el estruendo del primer erizo de castaño que se abre.
2.
-¿Por qué os gusta tanto Portugal a los españoles? -me pregunta el apuesto joven portugués que está a cargo del cámping en el que trato de colarme.
-Pues porque en Portugal el dinero parece un material elástico que produce una sensación totalmente nueva y placentera.
-Ah, entiendo -responde algo decepcionado.
-Y además, porque los portugueses sois buena gente.
Entonces, por la cara del joven apuesto se desparrama una agradable y sincera sonrisa de satisfacción, que yo aprovecho para colarme del todo e instalarme como en mi casa.
3.
"Si dejamos a un lado la política, lo único que no me gusta de Portugal -me comenta un amabable cajero de supermercado de Vinhais- es que aquí nunca pierdes el control. Ahora, yo no sé qué pasa en cuanto cruzo la frontera española que me desmadro enseguida sin poder evitarlo. Hay como una energía loca que me obliga a sacar todo lo que llevo dentro y que me deja nuevo cuando regreso a Portugal".
"Claro, claro" -contesto yo con mi mejor sonrisa embaucadora, tratando de que no vea la lata de sardinas que debe de estar en alguna parte entre el paquete y los calcetines.
4.
Estoy frente a frente con una persona mayor en una aldea que está justo en medio de ninguna parte y que podríamos llamar Fresulfe, cuya flora típica parece ser el zarzal de puta madre. Un lugar donde ni siquiera la cámara de fotos tiene cobertura. Entonces, un chavalote pleno siglo XXI como yo le digo de la manera más amable que puedo:
-¿Tío, cómo puedes vivir así, tan a la antigua? Si aquí no hay nada.
-Hombre, quizás tú no lo aprecias pero hay un montón de cosas, por ejemplo una acústica espantosa.
Para demostrarlo la persona mayor silba los primeros acordes de la famosa canción Grandola, vila morena. Yo me quedo pensando algo así como: bueno y qué, sin darme cuenta de que en realidad estaba silbando a su colega equino, que se me acerca por detrás, me coge de las crines y me suelta en el pilón de agua.
-Será bobo el mozo este, con 77 años que tengo, va y me dice que cómo puedo vivir así. A ver cuántos cumples tú, pimpollo siglo XXI.
Y se va, y yo me quedo solo en el pilón, acosado por las avispas que por allí merodean.
lunes, 5 de septiembre de 2016
Moralinas, las justas
1.
Yo podría escribir 211 cuartillas de mi puño y letra
en las que explicase a un público joven y entusiasta
qué es el interés general.
Ahora bien, lo que es señalarlo con el dedo corazón,
como diciendo: "Sí, aquello que brilla descaradamente
es el magnífico interés general del que todos hablan",
no podría hacerlo de ninguna de las maneras.
En realidad, en el estercolero del yo, mi, me, conmigo
en el que me desenvuelvo con total desenvoltura,
nadie podría señalarlo.
Como mucho, el más aventajado, sin duda,
es capaz, de cuando en cuando, de romper la monotonía
y de viva voz marcarse un plural mayestático en plan nos, el rey...
2.
Hoy unos cuantos compinches hemos visto a un niño partirse los dientes bajando por una escalera. No te creas que no le habían avisado del peligro. De hecho, su madre venía diciéndole que tuviese cuidado desde tres calles atrás. Pero nada, el niño estaba enciscaíto jugando al Pokemon y cuando se ha querido dar cuenta, estaba masticando suelo perfectamente bacteriano.
Ni que decir tiene que cuando se lo llevaba la grúa, los demás nos hemos partido el culo.
Menos mal que de toda experiencia se puede sacar algo bueno y el niño, del tirón, habrá aprendido la diferencia abismal que existe entre la realidad virtual y la cruda realidad.
3.
Nunca podrán los científicos, por muchos estudios que hagan, descubrir el remedio para la inmortalidad, pero sí que podrán, más temprano que tarde, sustituir cualquier miembro carcomido del cuerpo humano por otro nuevo de laboratorio, hasta convertirnos en seres biónicos.
Incluso, puestos a pedir virguerías a los cientis, estoy seguro de que conseguirán convencernos, por fin, de que el alma existe, aunque será mejor llevarla desconectada porque come mucha batería.
4.
El tema de las soluciones para un futuro mejor tiene enganchaíta a toda la peña. Vale, estupenda crítica de la realidad (como si fuera tan fácil hacer una estupenda crítica de la realidad), pero cuál es la solución que tú propones, dicen siempre, antes de que la angustia los consuma como peces huidos de piscifactoría cuando por primera vez en su vida divisan mar abierto.
Un amigo mío, cuando después de disertar le preguntan por las soluciones, siempre responde lo mismo: "Yo me conformo con que el personal deje de decir qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos, y empiece a decir qué hijos vamos a dejar al mundo".
Luego pone su mejor sonrisa y reparte sus tarjetas de presentación por si alguien quiere más: Lao Tse,
viajando hacia el oeste en una búfala de agua, tan tranquilamente.
5.
Este verano hay mucha vieja grulla pinturrujeada,
amiga de sus amigas, paseando por la calle
con oro al cuello y perrito en la mano.
Y también mucho capullo disparando a todo lo que se mueve.
Son tiempos difíciles, ¡qué duda cabe!
Aunque al menos todo el mundo sabe ya
que el amor al prójimo es una enfermedad
que se cura fácilmente con buenas friegas de egoísmo.
Yo podría escribir 211 cuartillas de mi puño y letra
en las que explicase a un público joven y entusiasta
qué es el interés general.
Ahora bien, lo que es señalarlo con el dedo corazón,
como diciendo: "Sí, aquello que brilla descaradamente
es el magnífico interés general del que todos hablan",
no podría hacerlo de ninguna de las maneras.
En realidad, en el estercolero del yo, mi, me, conmigo
en el que me desenvuelvo con total desenvoltura,
nadie podría señalarlo.
Como mucho, el más aventajado, sin duda,
es capaz, de cuando en cuando, de romper la monotonía
y de viva voz marcarse un plural mayestático en plan nos, el rey...
2.
Hoy unos cuantos compinches hemos visto a un niño partirse los dientes bajando por una escalera. No te creas que no le habían avisado del peligro. De hecho, su madre venía diciéndole que tuviese cuidado desde tres calles atrás. Pero nada, el niño estaba enciscaíto jugando al Pokemon y cuando se ha querido dar cuenta, estaba masticando suelo perfectamente bacteriano.
Ni que decir tiene que cuando se lo llevaba la grúa, los demás nos hemos partido el culo.
Menos mal que de toda experiencia se puede sacar algo bueno y el niño, del tirón, habrá aprendido la diferencia abismal que existe entre la realidad virtual y la cruda realidad.
3.
Nunca podrán los científicos, por muchos estudios que hagan, descubrir el remedio para la inmortalidad, pero sí que podrán, más temprano que tarde, sustituir cualquier miembro carcomido del cuerpo humano por otro nuevo de laboratorio, hasta convertirnos en seres biónicos.
Incluso, puestos a pedir virguerías a los cientis, estoy seguro de que conseguirán convencernos, por fin, de que el alma existe, aunque será mejor llevarla desconectada porque come mucha batería.
4.
El tema de las soluciones para un futuro mejor tiene enganchaíta a toda la peña. Vale, estupenda crítica de la realidad (como si fuera tan fácil hacer una estupenda crítica de la realidad), pero cuál es la solución que tú propones, dicen siempre, antes de que la angustia los consuma como peces huidos de piscifactoría cuando por primera vez en su vida divisan mar abierto.
Un amigo mío, cuando después de disertar le preguntan por las soluciones, siempre responde lo mismo: "Yo me conformo con que el personal deje de decir qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos, y empiece a decir qué hijos vamos a dejar al mundo".
Luego pone su mejor sonrisa y reparte sus tarjetas de presentación por si alguien quiere más: Lao Tse,
viajando hacia el oeste en una búfala de agua, tan tranquilamente.
5.
Este verano hay mucha vieja grulla pinturrujeada,
amiga de sus amigas, paseando por la calle
con oro al cuello y perrito en la mano.
Y también mucho capullo disparando a todo lo que se mueve.
Son tiempos difíciles, ¡qué duda cabe!
Aunque al menos todo el mundo sabe ya
que el amor al prójimo es una enfermedad
que se cura fácilmente con buenas friegas de egoísmo.
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