Puede que en sus comienzos, allá por 1894, el Congreso Internacional de Educación Física, antecesor del actual Comité Olímpico Internacional, retomara la idea de celebrar una gran competición deportiva para que atletas y aficionados de todo el mundo pasaran unas jornadas de convivencia y fraternidad entre los pueblos.
Puede que el barón Pierre de Coubertin, principal impulsor de los Juegos Olímpicos de la era moderna, estuviera imbuido de tales ideales. Nadie lo duda. Aunque en realidad los Juegos Olímpicos de la era moderna fueron desde el principio una cosa de señoritos, pues eran los únicos con los recursos económicos que les permitían viajar a la ciudad sede de los juegos.
No es de extrañar que en la actualidad nadie dude que el Comité Olímpico Internacional se ha convertido en una multinacional con inmejorable domicilio fiscal en Suiza, cuyo único activo es ser propietaria legal de los derechos del tinglado olímpico.
Solo digo, por no echar más leña al fuego, que los Juegos Olímpicos de verano que se adjudiquen a Qatar se celebrarán en Málaga, si no Almería. En las dos, si el jeque mueve la ceja derecha.
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