Si cualquiera de nosotros se diese una vuelta por los periódicos de la época buscando noticias relacionadas con la inauguración del Titanic, solo encontraría comentarios tipo: "Qué virguería, se navega solo, menudo éxito de la ingeniera naval...".
Nadie habló de la arrogancia, y sin embargo, la arrogancia también hunde barcos.
Si cualquiera de nosotros hubiera estado presente en el discurso de inauguración de la central nuclear de Chernobyl, habría escuchado bondades del tipo: confort, eficiencia, seguridad...
Y sin embargo, la arrogancia también hace estallar centrales nucleares.
Si cualquiera de nosotros busca información acerca de cómo será la vida en el planeta en el año 2051, encontrará que la versión más publicitada habla sin parar de un futuro de nanotecnología, ciudades inteligentes y coches ecológicos. Sería maravilloso dejarnos llevar por esta idea de un futuro tecnológicamente nanodevuti, pero si la arrogancia que hundió el Titanic e hizo estallar la central de Chernobyl sigue anidando entre nosotros, cuidado, porque la arrogancia también destruye el futuro.
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