reventaron todas las presas que atenazaban el río Tajo,
y pudo transcurrir de nuevo libre y salvaje
de este a oeste de la península ibérica
a lo largo de sus 1.114 km de longitud.
Las consecuencias para la economía fueron desastrosas
y quizás por eso mismo,
las consecuencias para la vida fueron maravillosas.
Los gancheros volvieron a bajar troncos por el río,
mientras un gentío enorme los aplaudía como a campeones
embargado de una emoción muy ancestral.
En Talavera de la Reina, los pisceros volvieron a patrullar las orillas
en barquichuelas de cañas y juncos,
y los niños recogían otra vez palodú en la isla del Chamelo.
Para muchas personas el río se convirtió en lo más importante de sus vidas.
Incluso sacaron a sus hijos de las escuelas 2.0
y se los llevaron con ellos a la escuela del río de la vida.
Adorando al río como a un dios,
le obligaron a realizar el milagro de los peces.
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