Estaba tranquilamente con la banda celebrando el éxito del último golpe, cuando apareció el genio de la lámpara con ganas de tirarse el rollo de los tres deseos.
Como el buen hombre no hacía caso de las señas que le hacía para volver por donde había venido, no tuve más remedio que pararle en seco y recordarle con quién estaba hablando, y que si él tenía una lámpara maravillosa, yo tenía una cueva esplendorosa.
Entonces, el genio se dio por enterado y empezó a desmontar el chiringuito. Como lo veía un tanto alicaído, le di unas cuantas alhajas para que las metiera en la lámpara, porque conociendo al personal, seguro que estaba en las últimas.
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