Nada más terminar de intervenir la vecina
le repliqué rápidamente que, en 51 años
que tenía el edificio, la puerta de la calle
siempre había estado abierta y nunca
había entrado nadie ajeno al entorno del mismo,
por lo que no había razón alguna
para reforzar la seguridad de la puerta de la calle.
Pero en cuanto yo acabé, ella volvió a la carga
y dijo que muy bien, pero que el hecho
de que nunca hubiera pasado nada, no aseguraba
que cualquier día ocurriera una desgracia.
Entonces, una vez oídos los argumentos,
llegó el momento solemne de la votación...
Cuatro días más tarde, la puerta
que había aguantado tranquilamente
durante cinco décadas las embestidas furiosas
de nadie, fue sustituidada por una nueva
con siete puntos de anclaje.
Uno por cada vecino que levantó la mano.
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