Cuando Fedrick vuelve a Suiza en avión
se siente totalmente satisfecho.
No es para menos: ha disparado sin matar a nadie,
no ha dejado por ahí tirado ningún envoltorio del gel energético
que tomaba cada día para aguantar el safari fotográfico
y, por supuesto, no se ha olvidado ningún billete
para que lo encuentre alguno de los trabajadores del hotel,
que por lo visto lo pasan fatal.
Aunque esa es otra historia,
a la que no se debe prestar atención
si uno quiere ser un turista plenamente consciente.
Pero no molestemos más a Fedrick.
Mañana, a las nueve en punto, estará como un clavo,
afeitado y bienoliente, regentando la relojería de moda
en esa milla de oro, que está pidiendo a gritos
un butrón de los buenos, del tipo
sin odio, sin armas, sin sangre.
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