El tema del agua, como tantos otros, se aborda desde una perspectiva de pensamiento único, basado en la idea de que el agua es una mercancía más, que debe gestionarse siguiendo la lógica de los negocios.
Este pensamiento único nos obliga a relacionarnos con el agua a través de un contador, un recibo y una cuenta corriente, y cuando surgen los problemas, las soluciones que se aportan siempre son más turbotuberías, másmejor motobombeo y teflón de 5G para que en los empalmes no se pierda ninguna gota del producto acuoso.
Sin embargo, hay otra forma de entender el tema del agua, basada en la idea de que donde hay agua, hay vida,
y donde no la hay, lo llaman el infierno sobre la tierra. Y ante semejante demostración de poder, no queda más remedio que declarar que el agua es gente fuerte.
No podemos tratar al agua como si fuera una mercancía, porque eso nos convierte a nosotros también en mercancía, o si lo prefieres, en consumidores. Gente débil a merced de la Confederación Hidrográfica y su constante demostración de fuerza bruta.
Hoy en día, pensar en el agua como una divinidad puede interpretarse como una maniobra escapista que no aporta ninguna solución, pero pensar que desde la Confederación Hidrográfica va a venir otra cosa que no sea un nuevo contador vía satélite, y que le den al que no pueda pagar la factura, es negarse a ver la realidad.
Por aquí, la sequía nos está volviendo locos, y quizás eso explique que ya no importe si la botella se encuentre vacío-llena o lleno-vacía, sino que esté en tus manos, aunque se la hayas tenido que quitar a un niño, que, por supuesto, tenía la mitad de sed que tú.
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