Los findhiniyas viven en la frontera entre Chenisia y el Tíberit
y se dedican a la elaboración de sal de manera artesanal.
Básicamente pasan el día entretenidos llevando cubos de agua por sus propios medios de un depósito a otro, y de este al depósito principal. Luego esperan a que el agua se evapore y aparezca la sal.
Entonces, forman una caravana entre los paisanos que discurre por las montañas durante siete días, hasta que llegan a un pueblo situado en una ruta comercial donde venden la sal y compran las provisiones que necesitan. Y una vez hecho el negocio, vuelven por donde vinieron y vuelta a empezar con el trajín de la sal.
Los occidentales que pasan por allí siempre les hacen la misma pregunta: ¿Por qué no utilizáis algún tipo de motocacharro para llevar el agua? Así ahorrarías tiempo y esfuerzo.
Los findhiniyas, armados de infinita paciencia, siempre responden lo mismo: solo puedes quedarte con la sal que consigas con tu propio esfuerzo. De esta manera no esquilmamos la salina y nos aseguramos de tener siempre el recurso de la sal para seguir llevando nuestra vida sencilla que, como no podía ser de otra manera, nos encanta. Además, por muy bruto que te pongas, nadie consigue tanta sal como para destacar de los demás y creerse el rey del marambambo, lo que nos ahorra tener que tirarlo precipicio abajo.
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