Fue un grupo de valientes los que, jugándose el bazo derecho, pararon la construcción de una urbanización en uno de los parajes más pintorescos en las afueras del pueblo.
Se jugaron el bazo derecho y alguno perdió hasta el izquierdo, pero consiguieron parar la construcción del mamotreto.
Dos años y medio después aparecieron nuevos promotores con una idea fija en la mente: si no podemos construir en las afueras del pueblo, convertiremos el pueblo en una urbanización. De manera que en una primera fase fueron comprando las casas una a una, y en la segunda fase empezaron a urbanizar del tirón.
Fue gracias a un grupo de valientes que el paraje en cuestión sigue siendo tan pintoresco, y gracias a ello, los chalets pudieron venderse más caros.
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El pueblo dejó de ser un lugar donde se llevaba una vida de pueblo, con sus movidas buenas y sus movidas malas, con su ganadería, sus cargas de leña, sus muros de mampostería en seco, su virtuosismo en el manejo de las tijeras de podar tanto para podar como para hacer música con ellas (el grupo Mayalde hace una demostración estupenda de ello), y lo convirtieron en un lugar bonito, un lugar donde disfrutar de calidad de vida, teletrabajar incluso. El tipo de belleza y calidad que tanto atraen a los tiburones-vampiro, esos cabrones que para arrasar no necesitan destruir, porque han aprendido a hacerlo construyendo.
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