Es austera esa iglesia reformada. No hay en ella paredes recargadas con escenas de la fusión de Cristo, solo el espacio casi desnudo, donde sentarse tú y Dios.
El pastor ha llegado muy bien acompañado por su familia y ha saludado con la mano uno a uno a todos los parroquianos, que vestían de manera discreta.
El aparcamiento de la iglesia es otro cantar. Está lleno a rebosar de coches privados de alta gama, bien abrillantados para la ocasión.
Es probable que el sermón recuerde a la audiencia que Dios, nuestro señor, era muy frugal en la mesa, y más que probable que cuando acabe el oficio, los mismos se vayan a comer en sus cochazos a un buen restaurante.