No fueron los buitres los que me tiraron al suelo. Ellos estaban dando sus perivueltas en el cielo. Fui yo el que tropezó fatalmente con la piedra, porque tenía la cabeza en otro sitio.
Luego sí, luego ya tendido de aquella manera se acercaron a mí a meter la cuchara. "Eres un banquete", me dijeron. Nunca me lo habían dicho y me puse muy contento al oír semejante piropo. Entonces, me relajé del todo y les di las gracias como se debe a tan nobles criaturas: "Comed, cabrones, poneos a gusto".
(Y si nos tienen que comer los buitres, que coman magro, no transgénicos, ni microchips integrados ni porquería de esa.)